Muchas preguntas, pocas respuestas

Cartel de Mickey 17

Tras seis años de Parásitos, película ganadora del Oscar, el autor coreano Bong Joon-ho presenta Mickey 17, una obra que mezcla ciencia ficción distópica con un toque de humor y un trasfondo sociopolítico. La película surge a modo de adaptación de la novela humorística de Edward Ashton, y comercialmente se ha quedado lejos de su objetivo, ya que la mala entrada en taquilla ha resultado en unas pérdidas superiores a los 100 millones de euros. 

El hilo conductor de Mickey 17 se basa en la clonación de personas y cómo estas pueden ser protagonistas de un modo más o menos ético dentro de un sistema capitalista con vistas al futuro, más concretamente enfocado a la colonización del cosmos. Mickey es un personaje marginal que se embarca en la misión espacial a modo de escape para no pagar una deuda en la Tierra. En el proceso, y sin preocuparse por nada de lo que pueda dejar atrás, se inscribe en el programa espacial sin leer las condiciones. Mickey se convierte así en un personaje que parece sacado de un videojuego y que puede pulsar el botón de ‘Intentar de nuevo’ las veces que haga falta para que una copia de él mismo con sus recuerdos se pueda reimprimir.

Durante la trama, surgen nuevos retos relacionados con una tecnología vanguardista que puede salirse de control, algo que no deja de ser una metáfora de la propia naturaleza humana. Entre esos problemas, surgen los ‘dobles’, fruto de lo que conlleva una tecnología todavía sin probar. También comienzan a surgir las claras divisiones entre clases sociales, los activistas religiosos disfrazados de ‘engañabobos’ y líderes políticos autoritarios con ansias de prestigio y con ganas de hacer un culto hacia su persona. Las referencias a cuestiones o personajes de la actualidad como Elon Musk o Donald Trump también son destacables, donde cualquier parecido con la realidad, en efecto, es pura realidad.

Como se esperaría de cualquier película del espacio, los paisajes y escenas de los planetas son asombrosas y están bien logradas. Robert Pattinson hace su papel de Mickey como si su personaje supiera algo que la humanidad no, el qué se siente morir le hace caer en la ‘mirada de las mil yardas’ en numerosas ocasiones, y esa sensación la sabe transmitir. También destaca Mark Ruffalo interpretando a Kenneth Marshall, un político fallido que pretende crear su propio régimen autoritario y supremacista fuera de la Tierra bajo la excusa de la ciencia y la religión. Naomi Ackie, que hace de Nasha, también ejecuta con solvencia su papel de novia ferviente y guerrillera, aunque en ocasiones su papel parece algo forzado.

Como buena película de ciencia ficción, Mickey 17 presenta esas preguntas éticas, religiosas, sentimentales, políticas y de todo tipo que se pueda imaginar. Sin embargo, a pesar de que muchas preguntas se plantean, pocas se responden. El guion siempre da un volantazo antes de que la historia se convierta en algo más complejo y desarrollado. Respecto al carácter transhumanista, a diferencia de lo que pueda suceder con Nunca me abandones o La Isla, no hay mucho que plantearse ni nada que necesite una reflexión profunda. La película está hecha para ser ligera, centrándose en una sátira relativamente blanca, la fantasía de las razas coloniales o las relaciones personales y amorosas de Mickey. Por desgracia, eso deja al margen muchas oportunidades de desarrollar tramas con un excelente potencial.

A fin de cuentas, la película es, en definitiva, una propuesta prometedora que lanza ideas que se quedan ahí, en ideas. La película está lejos de otras obras de ciencia ficción de Bong Joon-ho como Parásitos o Snowpiercer. Tampoco ayuda el lento inicio de la película, donde la falta de ritmo no le hace ningún bien. El mensaje humanista que la obra pretende dar se ve eclipsado por un intento de equilibrar la sátira con las subtramas generadas por los propios personajes. Ese intento de situarse a mitad de camino entre la sátira y la ciencia ficción parece quedarse corto en ambos sentidos, ya que, en ocasiones, la película se queda al límite de convertirse en una película infantil.